Canta un gallo en Soacha,
como pocos
aún lo hacen en las azoteas de otras casas.
Entretanto, la oscuridad emite sus jadeos
moribundos
Sobre los fríos ladrillos descubiertos
que resistieron la madrugada.
Y un hilo de luz aparece.
La Voz dice:
“…Perfectamente.
Así te recuerdo…”.
Horacio aún dormido, prepara el desayuno.
Ahí queda la olleta con caldo
Y un amasijo para dos.
La niña de diez años llevará al pequeño al colegio,
Cuando esté un poco más aclarado el día.
E irá
a ver si se puede
subir a un bus a vender dulces.
Horacio no ha probado bocado
Aún padece la resaca de anoche y
El aburrimiento de siempre.
“…tanto como a ella.
Sobre todo el día de su partida
Hace cinco años
¡Cuánto se sufre!”
La luz ya es un torrente;
la oscuridad, un recuerdo.
Él emprende la carrera hacia el bus verde.
En el Portal del Sur esperará
el bus rojo que se dirige a su destino.
Transcurren las caras de los pasajeros entredormidos.
Pisotones, madrazos y empujones
Hacen parte del ritual de viajar
En cualquier lata móvil.
Horacio lleva su caja y su canasto.
Con los ojos cerrados, va prendido de la otra mano al tubo.
A las ocho comenzará la jornada.
Es viernes.
“No será necesario que sepas
Dónde se encuentra.
…No te merecía.
… No te merecía.
¡Nunca!.
¡Nunca!
¡Nunca!”
Van varios trasbordos.
La monotonía tiene varias dimensiones.
Suena el timbre pero no es un ascensor, como no sea uno
con movimiento horizontal
hacia cientos de pisos invisibles donde impera la rutina.
“Son las 8 de la mañana. B1.
Destino: Portal Norte. Estación Profamilia.
Próxima parada, Avenida 39”,
anuncia una grabación con la voz de un robot
en profundo estado de depresión.
A lo mejor quisiera echarse a dormir
para siempre.
Un sonido como de gaseosa al destaparse
da la señal:
el bus abre sus puertas.
Un torrente de transeúntes
Descienden de la estación.
“…Nunca me perdonaste
que le haya cascado
Hasta reventarle su cara.
Te lo contaron:
tenía la jeta negra y yo reía de gusto.
¡Cómo me brillaban los ojos de placer!”
El hombre recoge en la panadería de la 37
el carro de rodachines.
Pero él no va de mercado
Sino a vender sus empanadas y sus molinos de viento.
¡Extraña combinación!
“Pero todo fue porque
No lo pude soportar más
Se lo merecía
así no quisieras darte cuenta”.
Horacio pasa la carrera trece y llega al parque.
Con él suben las madres con sus niños al colegio
Hay más de una experta en números,
Que guían a otro chorro de habitantes,
Con su sonido particular de tacones en marcha.
Los cajeros, réplicas en cadena del mismo gen,
siguen los pasos de sus compañeras hacia el banco.
A las siete llegan los especuladores de dinero.
Ganarán mucho. Puede que también enfermen rápido.
Y los gerentes
Miran desde sus aparatos portátiles
Cómo van sus empresas
y negocios.
Sus conductores harán suposiciones sobre cuánto durará
El tiempo del almuerzo.
Emboladores, aseadores y señoras
con termos con café
agua aromática y maizena,
saludan a los porteros
y proveedores de cosas.
Comienza la jornada.
“Ella se encargó de recordarle
A todos mi pasado,
Tú todavía no lo aceptas.
Nunca te faltó sopa, pero
lo que fue parte de mi vida,
sirvió para que marcaran la tuya,
como a una res en el lomo:
a fuego vivo”.
Hacia las diez llega
el vendedor de globos y sus múltiples colores.
Su ocasional clientela es a veces más fuerte después del medio día.
María está iniciando el fuego
de su horno portátil de mazorcas;
“¿Sabías que el padre de esa mujer
fue una vez
también mi cliente?
Bonito suegro el que te conseguiste!
Algún día también tendrá lo que se merece,
Mi Dios santo a todos nos castiga!”
Un atraco a un famoso banco
despierta la atención de la prensa.
Aún es temprano.
Saldo: doscientos treinta millones de pesos robados.
Los asaltantes salieron en motocicleta.
Buen botín.
Saldrá en el noticiero.
“…Porque ella se encargó
De refrescarles a todos
Lo que fueron mis días más grises.
Como si fuera tan lindo
que a una la trataran como a un trapo…
¡Si ya había pasado tanto tiempo desde
Que nos quedamos sin con qué comer.
Fue cuando tuve que venderme para no volver a
Verte entre mis brazos
Morir de hambre,
Eso más nunca lo iba a aceptar!”
El tráfico está colapsado.
Un bus dejó a un pasajero en la mitad de la vía.
Justo cuando éste se bajó, una moto le pasó encima.
Hay aglomeración de gente y patrullas de policía.
Una terrible mancha recorre el pavimento.
Algunos se persignan.
El cantante llanero que venía en el bus
da primero su versión de los hechos al policía;
Luego al de los globos y a la de las arepas.
Y ya casi es hora de almorzar.
.
“Pero, además,
Gracias a tu mujercita esa partida de borrachos,
Disfrutaban cogiéndose la verga
Frente a la puerta de la
pieza donde me instalaste:
Los mismos que de niño te ofendían
Y de los que yo te protegía.
¡Cómo te pegaban!
“Por eso no resistí más y le di una increíble paliza
A esa vieja.
A esa, que precisamente salía de las casas de los tenderos,
Haciendo quien sabe qué cosas:
Tú te empeñabas en no verlo.
“Pero lo que quería era plata,
para abandonarte con Clarita
y el bebé
“¡Que satisfacción me dio, voltearle ese mascadero;
Sólo que en tu obsesión, te pusiste de su parte!
Recuérdalo bien, a diferencia de ella,
fui capaz de todo
Para que vivieras!”
Ya rebasado el mediodía,
La ambulancia se ha marchado y el saldo resultó desastroso.
Pequeños ríos de gente
Van hacia la carrera trece.
“Pero lo que nunca pude soportar fue que
Aquella mañana
Después de que salí
Dejándole la jeta hinchada,
Se desquitó con la niña!
¿Recuerdas que después dijiste que era yo la que la había quemado?
¡Si era mi adoración!
Pero en cambio, la muy desconsiderada le puso
la mano
sobre el fogón
Y días antes ya le había cascado
con el cable de la plancha.
La niña siempre me mostraba sus heridas
Y me decía claramente que había sido su mamá
Má-má, ma-má, Má, Mm-á!
apuntaba hacia su mano y lloraba.
¡Pero no me la creías!
Los restaurantes están llenos.
Los vendedores del parque sacan su comida.
Algunos comparten parte de su almuerzo.
Horacio va por la tercera empanada que se come.
Luego, intercambia dos molinos de papel
por dos globos,
uno azul y otro rojo:
su niño de cinco y su hija de diez
sabrán estar felices esta noche…
“Qué triste es no poder decirte
cómo fueron las cosas.
Espero que al menos
tu día en este parque salga bien”
La tarde está aún fresca,
Aunque recibe una ligera llovizna
Que no dura mayor cosa.
Algunas parejas han pasado por entre las columnas
Comiendo algodón de azúcar.
Horacio sólo ha vendido cuatro empanadas.
Al vecino, le han comprado otro globo.
Aunque difícil, su venta ha estado mejor que la de Horacio.
Los globos tienen más cliente que los molinos,
así se pinchen los primeros.
“Entonces cuando vi a la chiquita
con esas quemaduras
Mientras el niño en su cunita lloraba,
¡No resistí más!
Espere que regresara y le grité que porqué
Se desquitaba con la niña.
Nos enfrentamos.
Dijo que me iba a brujear.
¡Que la ruina me perseguiría por siempre!”
Empieza a tenderse la tarde
Por encima de los árboles,
Del pavimento,
acaparando la estatua.
Un globo se escapa y asciende
mirando el tráfico
De autos y buses
Del tamaño de piedras.
“Ya no podía resistir más.
¿Recuerdas que esa noche envié a los niños
Con mi hermana?
“Era viernes como hoy.
Te embriagaste.
Pasadas las nueve llegaron los tipos que contraté.
La arrastraron de las mechas
hacia esa camioneta.
Desde el sitio en que la tenían la obligaron
A escribir esa carta.
Esa era una de las condiciones.
La otra, era acabar con ella
De un sólo tiro.
Nada de golpes.
Aunque se los traía merecidos”
Transcurren un par de apretones de mano,
Anunciando un reencuentro entre compañeros
de la jornada de mañana.
Ya hay oscuridad.
Horacio guarda las cosas en su caja.
El trayecto es largo.
“Horacio, estoy aburrida de esta vida contigo.
Ahí te dejo a los niños…,
tu madre me pegó…
Cómo te odio!
–decía con su letra
Esa mujer …
Y se despedía de su asqueroso viejo,
diciéndole que más adelante
cuando tuviera plata
tendría noticias de ella…”.
El tumulto de gente haciendo paradas
A sus buses, conforma un caos.
La noche le da su bienvenida
A universitarios, borrachos y ladrones.
“No podía aguantar más.
Ya no hay vuelta atrás.
Se que la amabas pero tus niños
Eran mis ojos.
Y tú, mi corazón
Daría todo porque me escucharas:
Ahora mismo!”.
Entrada la noche,
Clarita ha llegado con unas monedas.
Deja los dulces que sobraron en la mesa.
Horacio la besa a ella y al niño
Cada uno está dichoso con su globo.
Se preparan para ver la tele.
“Mi dios es muy bravo.
Hiere hasta la eternidad
Regalarte palabras
que por más que te diga,
Jamás podrás escuchar:
Nadie escucha,
Cuando se habla entre las sombras.
¡Cuánto se sufre!”
¡Cuánto se sufre!”
¡Cuánto se sufre!”
Horacio ajusta la puerta.
En la tienda,
le espera el licor acostumbrado:
ese juego desolador
entre el recuerdo y el olvido.
Por: NelsonRodrigoBarónRocha