jueves, 8 de julio de 2010

Un Segundo de Atahualpa

Cada vez que la puerta de un bus se abría frente al paradero Atahualpa disminuía su carrera, los dedos iniciaban el conteo uno, dos, tres niños.. uno, dos viejos.. cuatro, cinco niños, tres viejos.. luego su mirada seguía solamente a los niños con la esperanza de que siguieran en línea recta hacia el parque.

Hoy fue diferente, Atahualpa sintió que todo a su alrededor se suspendió, la sangre se agolpó y puso a tamborear el corazón. La mirada se clavó en la figura de ese hombre de piernas largas y nariz de sabueso que apareció en el marco de la escalera del bus y que antes de dar el ultimo paso al andén cubrió furtivamente un bulto largo entre su abrigo azul casi negro.

Los vientos antiguos de sufrimiento y miedo envolvieron a Atahualpa, no se percató del maletín con libros, ni del corbatín de profesor de escuela, tampoco vio la mirada extrañada de Domingo que buscaba descifrar la escena que representaba una estatua expectante ante una puerta de bus cerrándose.

Atahualpa con mirada fruncida de pavor siguió los ocho pasos que necesitaba el hombre hasta el arco de piedra al parque, mientras lentamente los recuerdos revivieron las escenas que le hicieron el ser que es hoy.

Sintió la mano grande y sudorosa de su padre virándolo del brazo, casi le alzaba del piso y con la otra tiraba una maleta.. revivió las carreras de esquina a esquina agazapados huyendo de los traqueteos de disparos que venían de todos lados y retumbaban en su cabeza.. Se arrastraban como ratas a una carreta, sintió el sudor en su cara y un fétido olor a caballo; gritos de dolor y desespero querían salir pero una voz por dentro le hizo tragar las quejas y el llanto sucumbió debajo de la asfixia de la mano grande que le cubrió la cara con fuerza.

Esos pasos de marcha aceleraban el miedo nuevamente, el rostro amable de su padre estaba desencajado con ojos desorbitados buscando escondites y mientras lo escondía con empujones detrás de su propio cuerpo. El peso de la maleta contra el piso, las botas dejabaron de marcar el tiempo contra el pavimento le hizieron consiente de que estaba suelto y sus manos se retorcían una contra la otra..El miedo y la soledad se vistieron de rabia y lo cubrieron.

La visión de la casa flotante en la orilla del muelle que se los llevaría a ese lugar lejano estaba impedida por los soldados con pelo rígido y bultos al hombro que formaron una muralla frente a ellos.

Revivia una y otra vez las suplicas y ruegos de su padre retumbaban como un violin estridente rasgando su pequeño corazón..los soldados revisaban las libretas con fotos. Si solo hubiera puesto atención si hubiera dejado de buscar el barco, no podía recordar ni entender que decían. El eco de la angustia y la rabia de no haber hecho algo se volvió culpa y aún hoy devolver el tiempo era un imposible debía dejar de luchar de querer sacar fuerza para empujar esos soldados con fusiles y echarlos al agua..

Si solo pudiera coger esa mano otra vez no la soltaría nunca más y hubiera corrido atrás tal vez lo llevaría de vuelta a la casa de estufa de carbón y llamas grandes al lado de la cual estaba el asiento que se mecía mientras le contaba cuentos ..consabido dolor le arrugaba el alma como nunca.

Tampoco hoy podía evitar el peso de la mano temblorosa en su espalda..quería darse vuelta, asirse a ella pero en cambio sintió el empellón hacía una escalera que se balanceaba y sus dos brazos pequeñas se colgaron de ese mundo que se abría como una noche oscura y largo.

La mirada de Atahualpa se enfrentó al viento infernal que fue lentamente secando sus ojos y devolviendo uno a uno los que terminaron por ahogarse como el mismo, en es inmenso olor a pescado -impreso desde entonces en sus pulmones.

Mientras tanto las olas con un vaivén indefinible escondían la línea negra del muelle que sostenía a un hombre de cara dulce arrodillado al lado de una maleta de cuero café que parecía un acordeón.

Patricia Peñaloza

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