martes, 29 de junio de 2010

Domingo, último día de la semana,

Sensación de un lunes que llega poco a poco,

Manos cansadas

Peso en mis hombros

El reflejo del sol sobre mi escritorio

Recuerdos de un aviso en Internet: “Profesional que soporte altos niveles de frustración… buena remuneración”.

Frustración: Firmar un contrato con cláusula de “libertad bajo palabra”.

Necesidad: Ver a través de la ventana el mundo transcurrir sin decir nada esperando una compensación económica. ¿Conformismo?

Tiempo: ¿Cuál? Recuerdos de infancia muertos… sueños abortados.

¿Qué hora es?

Hora de cerrar éste capítulo de historias no vividas

¡Concentración!

Un globo amarillo frente a mi ventana

Una mujer acaba de morir

¡Que suerte tiene!

Regreso a mi escritorio

Pared, computador, silla… y yo en la mitad

¡Falta poco!

Unas hojas más y podré descansar

Una sonrisa de ironía dibujada en mi rostro….¿Descansar?

Recorre en mi cabeza la idea de lo afortunada que es la mujer tendida sobre el pavimento, pues ahora, a diferencia de mí….

Ella es libre

De si misma

De la sociedad

Del amor

De la frustración

Del olvido

Hora de partir

Atrás las cadenas que yo labré

En casa, una cama vacía

Tu recuerdo

El mal sabor de tu partida

El recuerdo de mi madre… sus palabras en mi cabeza una y otra vez…

“no llores querida Sofía…. tu padre volverá”

Él nunca volvió

La odiaba tanto

¿Me odias papá?

Madre mía,

Es tan grande mi amor

Y tan grande mi frustración

Fuimos una… y ahora no somos nada

Mientras mi cuerpo tomaba forma… escuchó tu tristeza

¿Me amas?... ¿amas a papá?

¿Qué querías de tu vida antes de mí?

No quiero salir… es tan cálido tu cuerpo… y tan fría la realidad

¿Tus frustraciones son ahora mi vida?... ¿Mi realidad?... ¿Mi cárcel?

No amabas a papá y yo no pude amarlo a él….tú estas sola y yo también.

Amado mío, como hacerte entender que tú y yo, aunque caminamos juntos… Mi mundo… no es tú mundo

Queda el recuerdo cálido de tu sonrisa

Mis manos acariciando tu cabello

Mi piel vibrando en los momentos en que éramos uno

Ahora, no somos nada

Nuestras mentes tan distintas

Amor convertido en odio... en desesperación… monotonía… preguntas sin responder… silencios… almas que se desconocen

Con una mirada quedé prendada de tu vida

Con un silencio salí de ella…

¿Me odias?… Aún te amo

Grita tu recuerdo en cada una de mis células

¡Lárgate de aquí!… ¡cobarde!

Que afortunado es el que se va

La muerte es el silencio eterno

Como lo es tu ausencia

Muere en mi mente y déjame descansar

Devuélveme mi libertad… la robaste en el momento en que te mire

Era un ser corriente y vulgar… tu presencia abrió el cajón olvidado

Preguntas sin respuesta

Me desconozco

¿Me cuestiono?

Devuélveme mi libertad

Cierra la puerta que permitió la entrada de tu alma y la destrucción de mí ser.

Elizabeth Rodriguez

jueves, 24 de junio de 2010

Canta un gallo en Soacha,

como pocos

aún lo hacen en las azoteas de otras casas.

Entretanto, la oscuridad emite sus jadeos

moribundos

Sobre los fríos ladrillos descubiertos

que resistieron la madrugada.

Y un hilo de luz aparece.

La Voz dice:

“…Perfectamente.

Así te recuerdo…”.

Horacio aún dormido, prepara el desayuno.

Ahí queda la olleta con caldo

Y un amasijo para dos.

La niña de diez años llevará al pequeño al colegio,

Cuando esté un poco más aclarado el día.

E irá

a ver si se puede

subir a un bus a vender dulces.

Horacio no ha probado bocado

Aún padece la resaca de anoche y

El aburrimiento de siempre.

“…tanto como a ella.

Sobre todo el día de su partida

Hace cinco años

¡Cuánto se sufre!”

La luz ya es un torrente;

la oscuridad, un recuerdo.

Él emprende la carrera hacia el bus verde.

En el Portal del Sur esperará

el bus rojo que se dirige a su destino.

Transcurren las caras de los pasajeros entredormidos.

Pisotones, madrazos y empujones

Hacen parte del ritual de viajar

En cualquier lata móvil.

Horacio lleva su caja y su canasto.

Con los ojos cerrados, va prendido de la otra mano al tubo.

A las ocho comenzará la jornada.

Es viernes.

“No será necesario que sepas

Dónde se encuentra.

…No te merecía.

… No te merecía.

¡Nunca!.

¡Nunca!

¡Nunca!”

Van varios trasbordos.

La monotonía tiene varias dimensiones.

Suena el timbre pero no es un ascensor, como no sea uno

con movimiento horizontal

hacia cientos de pisos invisibles donde impera la rutina.

Son las 8 de la mañana. B1.

Destino: Portal Norte. Estación Profamilia.

Próxima parada, Avenida 39,

anuncia una grabación con la voz de un robot

en profundo estado de depresión.

A lo mejor quisiera echarse a dormir

para siempre.

Un sonido como de gaseosa al destaparse

da la señal:

el bus abre sus puertas.

Un torrente de transeúntes

Descienden de la estación.

“…Nunca me perdonaste

que le haya cascado

Hasta reventarle su cara.

Te lo contaron:

tenía la jeta negra y yo reía de gusto.

¡Cómo me brillaban los ojos de placer!”

El hombre recoge en la panadería de la 37

el carro de rodachines.

Pero él no va de mercado

Sino a vender sus empanadas y sus molinos de viento.

¡Extraña combinación!

“Pero todo fue porque

No lo pude soportar más

Se lo merecía

así no quisieras darte cuenta”.

Horacio pasa la carrera trece y llega al parque.

Con él suben las madres con sus niños al colegio

Hay más de una experta en números,

Que guían a otro chorro de habitantes,

Con su sonido particular de tacones en marcha.

Los cajeros, réplicas en cadena del mismo gen,

siguen los pasos de sus compañeras hacia el banco.

A las siete llegan los especuladores de dinero.

Ganarán mucho. Puede que también enfermen rápido.

Y los gerentes

Miran desde sus aparatos portátiles

Cómo van sus empresas

y negocios.

Sus conductores harán suposiciones sobre cuánto durará

El tiempo del almuerzo.

Emboladores, aseadores y señoras

con termos con café

agua aromática y maizena,

saludan a los porteros

y proveedores de cosas.

Comienza la jornada.

“Ella se encargó de recordarle

A todos mi pasado,

Tú todavía no lo aceptas.

Nunca te faltó sopa, pero

lo que fue parte de mi vida,

sirvió para que marcaran la tuya,

como a una res en el lomo:

a fuego vivo”.

Hacia las diez llega

el vendedor de globos y sus múltiples colores.

Su ocasional clientela es a veces más fuerte después del medio día.

María está iniciando el fuego

de su horno portátil de mazorcas;

“¿Sabías que el padre de esa mujer

fue una vez

también mi cliente?

Bonito suegro el que te conseguiste!

Algún día también tendrá lo que se merece,

Mi Dios santo a todos nos castiga!”

Un atraco a un famoso banco

despierta la atención de la prensa.

Aún es temprano.

Saldo: doscientos treinta millones de pesos robados.

Los asaltantes salieron en motocicleta.

Buen botín.

Saldrá en el noticiero.

“…Porque ella se encargó

De refrescarles a todos

Lo que fueron mis días más grises.

Como si fuera tan lindo

que a una la trataran como a un trapo…

¡Si ya había pasado tanto tiempo desde

Que nos quedamos sin con qué comer.

Fue cuando tuve que venderme para no volver a

Verte entre mis brazos

Morir de hambre,

Eso más nunca lo iba a aceptar!”

El tráfico está colapsado.

Un bus dejó a un pasajero en la mitad de la vía.

Justo cuando éste se bajó, una moto le pasó encima.

Hay aglomeración de gente y patrullas de policía.

Una terrible mancha recorre el pavimento.

Algunos se persignan.

El cantante llanero que venía en el bus

da primero su versión de los hechos al policía;

Luego al de los globos y a la de las arepas.

Y ya casi es hora de almorzar.

.

“Pero, además,

Gracias a tu mujercita esa partida de borrachos,

Disfrutaban cogiéndose la verga

Frente a la puerta de la

pieza donde me instalaste:

Los mismos que de niño te ofendían

Y de los que yo te protegía.

¡Cómo te pegaban!

“Por eso no resistí más y le di una increíble paliza

A esa vieja.

A esa, que precisamente salía de las casas de los tenderos,

Haciendo quien sabe qué cosas:

Tú te empeñabas en no verlo.

“Pero lo que quería era plata,

para abandonarte con Clarita

y el bebé

“¡Que satisfacción me dio, voltearle ese mascadero;

Sólo que en tu obsesión, te pusiste de su parte!

Recuérdalo bien, a diferencia de ella,

fui capaz de todo

Para que vivieras!”

Ya rebasado el mediodía,

La ambulancia se ha marchado y el saldo resultó desastroso.

Pequeños ríos de gente

Van hacia la carrera trece.

“Pero lo que nunca pude soportar fue que

Aquella mañana

Después de que salí

Dejándole la jeta hinchada,

Se desquitó con la niña!

¿Recuerdas que después dijiste que era yo la que la había quemado?

¡Si era mi adoración!

Pero en cambio, la muy desconsiderada le puso

la mano

sobre el fogón

Y días antes ya le había cascado

con el cable de la plancha.

La niña siempre me mostraba sus heridas

Y me decía claramente que había sido su mamá

Má-má, ma-má, Má, Mm-á!

apuntaba hacia su mano y lloraba.

¡Pero no me la creías!

Los restaurantes están llenos.

Los vendedores del parque sacan su comida.

Algunos comparten parte de su almuerzo.

Horacio va por la tercera empanada que se come.

Luego, intercambia dos molinos de papel

por dos globos,

uno azul y otro rojo:

su niño de cinco y su hija de diez

sabrán estar felices esta noche…

“Qué triste es no poder decirte

cómo fueron las cosas.

Espero que al menos

tu día en este parque salga bien”

La tarde está aún fresca,

Aunque recibe una ligera llovizna

Que no dura mayor cosa.

Algunas parejas han pasado por entre las columnas

Comiendo algodón de azúcar.

Horacio sólo ha vendido cuatro empanadas.

Al vecino, le han comprado otro globo.

Aunque difícil, su venta ha estado mejor que la de Horacio.

Los globos tienen más cliente que los molinos,

así se pinchen los primeros.

“Entonces cuando vi a la chiquita

con esas quemaduras

Mientras el niño en su cunita lloraba,

¡No resistí más!

Espere que regresara y le grité que porqué

Se desquitaba con la niña.

Nos enfrentamos.

Dijo que me iba a brujear.

¡Que la ruina me perseguiría por siempre!”

Empieza a tenderse la tarde

Por encima de los árboles,

Del pavimento,

acaparando la estatua.

Un globo se escapa y asciende

mirando el tráfico

De autos y buses

Del tamaño de piedras.

“Ya no podía resistir más.

¿Recuerdas que esa noche envié a los niños

Con mi hermana?

“Era viernes como hoy.

Te embriagaste.

Pasadas las nueve llegaron los tipos que contraté.

La arrastraron de las mechas

hacia esa camioneta.

Desde el sitio en que la tenían la obligaron

A escribir esa carta.

Esa era una de las condiciones.

La otra, era acabar con ella

De un sólo tiro.

Nada de golpes.

Aunque se los traía merecidos”

Transcurren un par de apretones de mano,

Anunciando un reencuentro entre compañeros

de la jornada de mañana.

Ya hay oscuridad.

Horacio guarda las cosas en su caja.

El trayecto es largo.

“Horacio, estoy aburrida de esta vida contigo.

Ahí te dejo a los niños…,

tu madre me pegó…

Cómo te odio!

–decía con su letra

Esa mujer …

Y se despedía de su asqueroso viejo,

diciéndole que más adelante

cuando tuviera plata

tendría noticias de ella…”.

El tumulto de gente haciendo paradas

A sus buses, conforma un caos.

La noche le da su bienvenida

A universitarios, borrachos y ladrones.

“No podía aguantar más.

Ya no hay vuelta atrás.

Se que la amabas pero tus niños

Eran mis ojos.

Y tú, mi corazón

Daría todo porque me escucharas:

Ahora mismo!”.

Entrada la noche,

Clarita ha llegado con unas monedas.

Deja los dulces que sobraron en la mesa.

Horacio la besa a ella y al niño

Cada uno está dichoso con su globo.

Se preparan para ver la tele.

“Mi dios es muy bravo.

Hiere hasta la eternidad

Regalarte palabras

que por más que te diga,

Jamás podrás escuchar:

Nadie escucha,

Cuando se habla entre las sombras.

¡Cuánto se sufre!”

¡Cuánto se sufre!”

¡Cuánto se sufre!”

Horacio ajusta la puerta.

En la tienda,

le espera el licor acostumbrado:

ese juego desolador

entre el recuerdo y el olvido.

Por: NelsonRodrigoBarónRocha





martes, 22 de junio de 2010


ESTAMPIDA

Intenta abrir los ojos, no puede, el sol quema, duelen. ¿Dónde estoy? No siente los brazos, los hombros, las piernas, es como si su cabeza estuviera suspendida en el aire. Un perro se acerca, le lame la mano, entonces reconoce su cuerpo. Mueve entonces los dedos de la mano derecha, están vivos, se doblan. La cabeza es una licuadora. Frente a él, la imponencia de un reloj sentado en una torre de color blanco marcando las doce en punto. ¿Dónde estoy? Desea ponerse de pie, toma fuerzas, se cae (mejor sentarse) el estomago es una licuadora. El niño con el globo en la mano le muestra la lengua, el joven en patines se burla, la anciana en silla de ruedas le sonríe, el payaso en la bicicleta de una sola rueda, lo ignora. Algodón de dulce, raspados. ¡Qué sed! ¿Donde estoy? ¿Donde están Martin y Javier? ¿Y mi chaqueta? ¿Y mi billetera? ¿Y las bailarinas exóticas tejiendo la noche de sábado? Nuevamente intenta levantarse, las rodillas se doblan, los pasos no encuentran firmeza. El estomago es una licuadora, la cabeza es una licuadora, que alguien le ponga OFF por favor. Avanza, el niño de la patineta lo adelanta, las jovencitas se toman fotografías con el payaso, el gordo sentado en el prado se ríe a carcajadas mientras su esposa reparte presas de pollo a sus hijos. ¡Qué sol tan HP y que sed! Le duelen las piernas, le duele el ego pues Margarita no quiso pasar la noche con él y su jefe prefirió a López para la dirección comercial. Los globos reventados en el pavimento son señal de otra despedida de soltero. Un anciano llora mientras arrastra una pipeta de helio. ¿Disculpe, usted ha visto a Martin? Martin, mi amigo, seguro q él sabe como llegamos a la casa.

Por: Diana Carolina Daza

sábado, 5 de junio de 2010

LA HISTORIA DE LOS GLOBOS

-Qué es poesía?

Pregunto el niño del rincón izquierdo del salón, ese junto a la ventana, durante la última clase de literatura de la semana. En ese momento sus compañeritos, de no mas de 10 años empezaron a hacer sonidos burlones y a unir ambas manos haciendo un corazón entre ellas.

Su profesor, hechó una mirada ausente al niño, que ya estaba de mil colores y enseguida se giro dando la espalda a su joven público, y empezó a escribir desbocado en la pared pintada de verde, también llamada tablero. Los niños desconcertados fueron callando poco a poco mientras leían la suerte de frases absurdas que escribía el profesor, tales como “una vaca roja ladrando a la luz de una vela”. La tiza blanca dejó de chirriar y un silencio, casi aterrador para un salón de primaria, reinó en el ambiente.

El profesor con un gesto entre iracundo y burlón miró a sus alumnos y simplemente dijo -La poesía es la forma más sincera de escribir mentiras que no lastimen- Enseguida se escuchó el timbre que daba la bienvenida al fin de semana. Ese timbre que lo dejó echar a correr, libre, alejándolo por al menos un par de días de su rutinaria docencia.

Precisamente el mismo viernes, antes de entrar a clase, antes de bajar del bus, incluso antes de salir a la calle, abrió la puerta de su casa y justo tenia que encontrar extendidas a lo largo del pasillo: serpentinas! Hubiese deseado que fuera ceniza de cigarrillo, hasta chicle pegado en el pomo de su puerta… pero solamente podían ser serpentinas lo que lo tenia así.

Ese frondio, multicolor, detestable, empalagoso y festivo chiquero había invadido el pasillo frente a su puerta, dejando todo como el cadáver de una fiesta, de una aglomeración de chusma y humores, todos moviéndose al son de estrepitosos ruidos desafinados. Efectivamente, era uno de esos días detestables, en los que sus vecinos desaforados le habían perturbado el ambiente. -No es que sea maniático, es simplemente cuestión de respeto- se repetía mentalmente una y otra vez mientras bajaba en el ascensor hasta la portería del edificio. El celador lo saludo de la manera mas cordial. Se le notaba por encima el sarcasmo en su sonrisa. Era evidente su participación en semejante conspiración en su contra, siendo claramente el la única victima mortal de esa abrupta ofensa.

Camino al bus, un sin fin de palabras inimaginables se le cruzaban por su mente, cosas que le hubiese gustado decir en la situación dicha, o tan solo acciones que lograrían alivianar su… enojo? Pero todo, al final del día daría igual. De todas formas ya era viernes…


Durante el día cayó en cuenta que tal vez era la primera vez que dedicaba parte de su tiempo a hacer una reflexión acerca de su ritmo de vida. Podía reflexionar en torno a la organización específica que se le daban a los productos del supermercado, o al orden con el que guardaba los recibos de pago en el fuelle de papeles importantes. Podía analizar la lógica con la que la gente elegía la silla del bus en la que se sentaba, pero jamás había dedicado algunos minutos a la introspección.

No era el típico profesor de recibir manzanas durante sus clases. No era el típico consejero estudiantil que todos en la sala de profesores pretendían ser. Lo tenía claro, casi tan claro como su almuerzo diario. Tampoco lo buscaba, no era una prioridad para el. Impartir literatura simplemente era su oficio, pero sin ir mas allá con esos ideales románticos que comprometen el oficio en las aulas de clase. No era indispensable. Sabía que tan solo consistía en la entrada que lo alimentaba. -Eso es todo- musitaba mientras se convencía de vender su alma al diablo.

Algunos dirían que era una persona vacía, muerta por dentro. Otros asegurarían que era un amargado sin remedio, un falto de mujer, de calor de hogar. Algunos, sin juzgarlo, ni justificarlo, tan solo dirían que era un maniático que despertaba curiosidad. También sabía quien lo pensaba, lo sentía en sus miradas. Siempre habían miradas, fuera de intriga, de burla, hasta de lástima. Pero siempre estaban atacándolo como proyectiles. Palabras? Jamás. Las palabras no circulaban, se quedaban libres al vacío. No llegaban, o tal vez no salían. Pero daba igual. Ese no era su motivo de preocupación.

Retomando, después del timbre -bendito timbre, días como ese más que en otros- siempre pasaba por el mismo parque. Igual. Siempre el mismo. Fuera lunes o domingo. Siempre igual. Lo odiaba. A medida que disminuían los pasos para acercarse a ese punto, su sangre bullía con mas fuerza, las manos comenzaban su típico sacudón (del cuyo motivo no estaba seguro). Sin embargo, ahí estaba, a menos de una cuadra. Semáforo en rojo, peatones apurados caminando atropelladamente sobre la cebra, desprendiendo el típico almizcle de tarde lluviosa. Algarabía, desenfreno. Niños corriendo, Globos.

En sus tardes más optimistas soñaba con destruir –sin saber si con una bazuca o con un alfiler- tanto bullicio en torno a ese contenedor de helio a base de latex. Cortar de raíz toda esa pelotera que giraba en torno a una insignificante pipeta de helio. -Qué era acaso eso tan emocionante, a un extremo casi diabético que atraía tanto a “grandes, muy grandes o chicos”?-

Mientras buscaba adentro suyo respuestas, soluciones y encontrando solo más y más preguntas, se le habían agotado los pasos y ya se ubicaba en frente de ese viejo y oxidado portón marrón, que le extendía los brazos recibiéndolo una vez más.

Pero ese día, en particular, curiosamente los acontecimientos no se daban igual que todos los otros días, tan comunes y corrientes, en los que pasaba por allí. No era un día especial. Definitivamente él no cumplía años, no los cumplía alguien cercano… había alguien? Era un día intrascendental a simple vista, nada de aniversario o fiesta local, aparte de la normal para un viernes.

A veces sucede que algo hace “click”. Al menos ese viernes sucedió. Se dio cuenta que estaba harto. Desesperado, al límite iracundo. No aguantaba más. Esos niños insoportables y que decir de los vecinos desconsiderados. La bulla. Porqué tanta bulla, siempre. Algo debía haber por hacer. Una solución, un remedio, la cura.

Mientras en su mente se golpeaba contra las paredes, gritaba, rompía cosas y quemaba otras tantas –porque a pesar de eso seguía sentado en la mesa del comedor, cuan rígido podía estar, como siempre, en un mutismo absoluto- comprendió que pese a no ser ese su estilo, era un momento de pasar al hecho.

Otros hubiesen dedicado su fin de semana a embriagar sus penas, odios y desamores. Él en cambio, de la forma más fría y calculadora ideaba un plan para manifestar su colérico estado de ánimo. Sacó del empolvado cuarto de sanalejo una rechinante escopeta, que por supuesto era prestada. En compañía a un roído libro de bocetos Da Vincescos la intervino, con la idea de crear el arma más letal posible, que su mente en el clímax del odio podría recrear.

Claro está que desconocía la existencia de arma yetas, bombas molotov y una bazuca le venía siempre a la mente porque el nombre le sonaba particularmente simpático y perturbador a la vez. Sin embargo estaba dispuesto a ser el hombre más bélico para destruir al menos algo de todo ese cúmulo de razones que le hacían su vida tan miserable.

Ese sábado después de desarmar (ubique aquí cosas inimaginables desarmables para este fin). Después de construir el peculiar y letal artefacto, vislumbró el paso a seguir. Ahora sabía que debía hacer.

La mañana siguiente, con firme determinación se encaminó hacia el repulsivo parque. Su empalagoso ambiente de cálida mañana dominguera embriagaba a todo transeúnte que cruzaba por la zona. Olores, espacios, risas, colores. De nuevo, entre el bullicio y el alboroto su temblor incontrolable ya era cada vez mas notorio. Metió la mano dentro de la chaqueta, mientras tenía la otra dentro de la mochila que portaba el calmante de su agonía. Su pecadora abominación. La más perfecta.

Treinta pasos, un tumulto de gente, la pipeta, él y los globos. Malditos globos. Cinco minutos y un movimiento rápido.

Todo sucedió con tal velocidad que se torno irreal, casi imperceptible. Había detectado su diana, había hecho su maniobra, y la escopeta intervenida estaba apuntando su blanco. Tira del gatillo y su temblor incontrolable –reflejado en los globos, pero atenuado por el viento que los bambolea- es traspasado a la mano con la que, en ese instante, los está sujetando Domingo.
Pobre Domingo.



Catalina Rodríguez


viernes, 4 de junio de 2010

PARADA 39

El punto rojo otra vez. No entiendo como algo tan insignificante logra ponerme tan nervioso. Sudo, miro por la ventana, me retuerzo en la silla, muevo los pies. Que mierda ya casi llego. “Con permiso, con permiso”, toda mi vida he tenido que ver el mundo desde abajo, es difícil percibir el rostro de las chicas a primera vista cuando lo único que encuentras son sus piernas, bueno, no me quejo, esto en realidad no esta tan malo lo sé, pero de vez en cuando seria bueno conocer el color de sus ojos, la forma de su nariz, si tienen lunares … que sé yo, conocer algo más que la textura de sus rodillas o el tamaño de sus muslos y nalgas. Me agarro con fuerza, levanto la mirada y el punto rojo aparece, nadie se levanta, punto rojo de mierda. ¿Qué me ven? ¿Acaso no habían visto a un enano morderse las uñas? Pedirle el favor a alguien, jamás.

En la selección de los Gigantes del sur era distinto: “Marcelo agarra la pelota que buena pelota para la pista, se la pasa a Barreto, avanza, le burla, trata de cuidarla pero le llega a Montaño, Montaño la lleva pero aparece Marcelo, se la quita, remata de derecha y goooooool” eran otros tiempos, pero en una ciudad como esta los sistemas de transporte, los bancos, los mostradores, los tocadores de los baños y las cajas registradoras no están creados para nosotros. Parada: 39 con séptima. Nadie se baja. Un hombre pasa frente a la ventana, le falta una mano, fuma, lleva un globo, quizás él también le tenga miedo al punto rojo. La imagen de la Rita y el paradero del parque nacional quedan atrás, que mierda. 45 con séptima. Por fin una mujer oprime la cabezota colorada de mi enemigo. El bus se detiene, yo bajo primero, ella después. Ahora caminar cinco cuadras, maldito punto rojo de mierda.

Diana Carolina Daza.

VUELO SOBRE GLOBO ROJO

---- Domingo, dame uno de los mismos por favor.

Domingo le sonríe, desataba uno de los rojos y se lo amarra arriba de la muñeca. Mientras las familias llenan sus barrigas con mazorca y arepa de maíz y los niños comen raspado y las parejas se echan al prado a acariciarse el cabello y los perros corren detrás de las bicicletas, a Atahualpa le gustaba visitar el parque para comprar globos rojos y fumar.

Con el globo en la izquierda y el cigarrillo en la derecha comienza el recorrido en círculo al parque, al llegar al lugar de salida se sienta en una de las sillas sin quitarle la mirada al globo que se mueve suave con el viento, uno, dos, tres minutos, apaga el cigarrillo que nunca falta entre sus dedos y desata el hilo que une al globo de su cuerpo. Este comienza a elevarse y con él, la esperanza de Atahualpa por volar algún día como uno de ellos. Elevarse, fundirse en el infinito de las nubes, ver la ciudad desde lo alto, sentir el aire golpeándole los parpados, extender los brazos, moverlos, dar volteretas y disfrutar el peso de la sangre en la cabeza. “Domingo, me das otro por favor “, “Domingo, el ultimo por favor”. Rojo tras rojo, vuelo y rojo, rojo y humo, humo y viento. Atahualpa es un ser aborrecible para los niños pues no tiene color, es un moustro para las mujeres pues tiene por ojos un par de cuencas, poco pelo se sostiene en su cabeza, del cuello le cuelga el sobrante de piel y además olvido sonreír. Para los hombres simplemente es un vago poco peligroso, pues con lo falco y viejo que esta no levanta ni una caja de cartón, hasta los perros salen espantados al acercarse y sentir su fétido olor.

Cuando el globo se ha perdido totalmente en el cielo, compra otro y hace el mismo recorrido. Atahualpa estuvo en la guerra hace muchos años y lo único que le quedo de ella fue la perdida de su mano izquierda, desde entonces no ha vuelto a encontrar razón alguna para vivir que no sea la poder volar algún día. Domingo es su único amigo, por eso cuando se tarda en llegar, le guarda los globos rojos pues sabe que lo hacen feliz.