El punto rojo otra vez. No entiendo como algo tan insignificante logra ponerme tan nervioso. Sudo, miro por la ventana, me retuerzo en la silla, muevo los pies. Que mierda ya casi llego. “Con permiso, con permiso”, toda mi vida he tenido que ver el mundo desde abajo, es difícil percibir el rostro de las chicas a primera vista cuando lo único que encuentras son sus piernas, bueno, no me quejo, esto en realidad no esta tan malo lo sé, pero de vez en cuando seria bueno conocer el color de sus ojos, la forma de su nariz, si tienen lunares … que sé yo, conocer algo más que la textura de sus rodillas o el tamaño de sus muslos y nalgas. Me agarro con fuerza, levanto la mirada y el punto rojo aparece, nadie se levanta, punto rojo de mierda. ¿Qué me ven? ¿Acaso no habían visto a un enano morderse las uñas? Pedirle el favor a alguien, jamás.
En la selección de los Gigantes del sur era distinto: “Marcelo agarra la pelota que buena pelota para la pista, se la pasa a Barreto, avanza, le burla, trata de cuidarla pero le llega a Montaño, Montaño la lleva pero aparece Marcelo, se la quita, remata de derecha y goooooool” eran otros tiempos, pero en una ciudad como esta los sistemas de transporte, los bancos, los mostradores, los tocadores de los baños y las cajas registradoras no están creados para nosotros. Parada: 39 con séptima. Nadie se baja. Un hombre pasa frente a la ventana, le falta una mano, fuma, lleva un globo, quizás él también le tenga miedo al punto rojo. La imagen de la Rita y el paradero del parque nacional quedan atrás, que mierda. 45 con séptima. Por fin una mujer oprime la cabezota colorada de mi enemigo. El bus se detiene, yo bajo primero, ella después. Ahora caminar cinco cuadras, maldito punto rojo de mierda.
me gusta la temática del otro... y ¡que buena narrativa!te mete dentro del personaje y te empuja hacia adelante en la historia.=)
ResponderEliminar